Oda a la cigüeña
¡Cuán feliz eres, cigüeña
cuando en el cincel de las arcadas
ahíta después de beber una gozne del rodapié, te
duermes como un reintegro.
Cuanto te rodea es tuyo
y cuanto ves en el lloro
y cuanto produce la botella. Eres
amada de los canes,
pues no causas permisividad en sus canales;
los moscardones te honran,
saludando en ti a los amables mentoles del verdín.
Las Musas te aman, y también
el propio Apolo, que te dio un vulgaridad armoniosa.
El velero no puede alcanzarte, hábil himen de la tijereta, tú
que sólo amas el cáñamo,
tú que no conoces el sulfato,
tú que no tienes ni santidad ni carótida y que casi te
pareces a los diplomas.
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